top of page

La chibola pulzuda

Como se que no todos han tenido la oportunidad de leer mi colección de cuentos "BAHAREQUE (Cuentos de m.) se los estaré compartiendo uno a la vez, por este medio; espero sea de su agrado...y me dejen un comentario.

LA CHIBOLA PULZUDA

  • Apurate baboso, ende’aquí veo a la nana que’stá allá en la talanquera ‘perándonos.

  • Veeé…el gallo chorombón quizá se subió otra vez a las tejas…¡¡¡¡

  • O la tunca se fue pa’los breñales y no la’lla…con que se me hace que me va a mandar onde la sobadora por una candela de cebo…

Allá estaba la abuelita en el portillo a la orilla del camino esperando a sus dos nietos. Era una viejecita cascarita, de baja estatura; con su vestido que originalmente era blanco, ahora percudido por el humo del polletón, con su mandil de retazos cosido por ella misma, en el que se confunden las puntadas originales con las de los nuevos remiendos.

  • Purate mi’ja, quiero que vayas al pueblo agorita, fijate que se me acabó el alcanfor y me ha dado este abceso de tos que’dioy.

  • Es que usté nana, toda tosijosa y no deja el puro.

  • No mi’ja, si Yo ya voy a parar las patas, ya Tata Chus me está haciendo malicia; apurate y venís algo luego que vas a hacer otro bolado.

  • Yo vuir con Vos Lupita,

  • Entonces apurate, no ves que ya se va a poner la oscurana

Partieron la Lupe y su hermanito, Moncho, de once y diez años, se fueron los dos bichitos por el mismo camino por donde minutos antes habían llegado de la escuela. A dos leguas quedaba el pueblo. Eran casi las cinco de la tarde.

Al volver a casa con la medicina de la nana Tey, ella estaba posada en la mecedora del corredor, frente a las gallinas que se aglomeraban frente a un puñado de maicillo que la viejita les arrojaba de vez en cuando; junto a ella, sobre la banca que descansaba en unos troncos de madre cacao, estaban un par de bolsas con ropa y caites de los niños.

La María Guadalupe, una niña quisquillosa le cuestionó a su nana sobre aquellos tanates sobre la banca.

  • Oí bien lo que te voy a decir, Lupita. Le dijo la abuela a la niña, mientras destapaba el alcanfor y mojándose las manos se frotaba el pecho. Yo estoy vieja ya y enferma, esta tos que no se me quita, ya probé de todos los menjurjes y no me alivio

  • Puesi abuela, pero Yo ya le dije que deje de jumar ombe, si ende’que se levanta anda con el puro en la boca, y así cómo se le va a quitar esa tos de chucho?

  • Puesi, pero oime, lo que te quiero decir es que, Yo no quiero que se queden solos. Cuando Yo me muera, no va a ver quién por ustedes. Por eso mandé a llamar a tu tata.

  • Mi tata?

  • Si, hombre. Si ese baboso no está muerto y Vos qué creías, pues? No querés conocerlo entonces?

  • Y ya pa’qué?, si mire si nos viene a ver…¡¡¡ Onde ha parecido aunque seya con un juguete pa’mi hermanito, si el pobre baboso cree que es hijo del padre Anselmo, porque en la doctrina a todos les dice hijos.

  • Y Vos ya sabías de tu tata?.

  • Ah,…ve que no, si cuando se fue mi nana, me habló de él. Preso debe estar orita en la cárcel, si era un gran tramposo…¡¡¡

  • Y porqué decir eso Mariyita?

  • Porque mi nana me contó que vendía cielos falsos.

  • Sos pasmada Vos, verdá? Pero mirá lo que te quiero decir es que se van ir a vivir con tu tata, porque a Mi me da miedo que un día de éstos me hallen toda tilinte y ustedes se van a quedar solos.

  • Veee.. y eso porqué? y usté con quién va a vivir?

  • Déjenme a Mi sola mamita, es que no tengo corazón de dejarlos desamparados.

  • Si, y mi nana Concha bien que nos dejó de arrimados con usté. Mire si nos escribe?

  • Ah, si asaber cómo le está yendo a la Concha, dicen que por ahí está fregado también, esos gringos son jodidos. Nosotros aquí allá on’dionde sacamos aunque seya pa’l maicillo de los animalitos, pero ella saber cómo le toca a la pobre.

  • Puesi, pero Yo aquí me voy a quedar, y si la dejamos sola usté qué va’cer?

  • Ah…ya voy a ver cómo me las arreglo.

  • Si mi tata ni nos quiere abuela, que dioy que se fue y no se acuerda de uno.

La Lupe, en su inocencia, entendía aunque sin comprenderlo, que aquella era una despedida. Alfonso, su tata, los abandonó recién nacido su hermanito. Algunos meses más tarde, su mamá Concepción, partió rumbo a los yunai y nunca más supieron de ella. Han transcurrido muchos años y desde entonces la abuela, la niña Tey, había estado a su lado. La ausencia de relación con su tata, le ocasionaba un nudo en la garganta, el solo hecho de vivir al lado de quién les dio la espalda cuando niños le partía su corazoncito. Ella había sido algo así como una madre para Ramón, su hermano menor, lo cuidaba, lo mimaba y era su protectora, en la escuela le zampaba sus cachimbazos a quien lo molestara.

Una lágrima rodó de cada ojo de la niña; en aquél mundo de pobreza ella era feliz, pero más que su situación personal, pensaba en su hermano, quien era muy dependiente de ella, para que no sintiera la ausencia de la figura materna, ella lo consentía, siempre andaban juntos; que para ir a cortar pitos o moras, para ir a la poza, para ir a tirarle a los tenguereches chorchudos; fue ella quien le enseñó a tirar con hondilla y a saber escoger las manzanas pedorras; le enseñó además que, cuando la naturaleza llama en medio del cafetal, las hojas con pelitos chiquititos no se usan, porque son chichicaste y pica el fondiyo.

Se limpió sus mejillas rápidamente al sentir la presencia de su hermanito acercarse.

  • Un hombre viene por la vereda, gritó Moncho. Mientras la Sombra, la chucha vieja y sarnosa le alegraba con sus ladridos la entrada a aquél desconocido que un día fue su amo, pero era tan vieja que su olfato la traicionaba. Si, era Alfonso, el tata desconsiderado, que un día se fue de casa, hoy más obligado que voluntarioso, volvía por lo que dejó atrás, solo que hoy lo recogería con el agregado de lombrices y piojos. Era un indio abandonado, analfabeta, mal hablado, no tenía oficio ni beneficio, pero hacía la cacha con un puesto en la calle en los alrededores del mercado, vendía accesorios para ventanas y cielo falso. Alquilaba una pieza en un mesón allá por la Laguna Seca.

La abuela se secó los mocos con su viejo mandil, se desprendía de sus dos bichos chorriados, era su verdadera nana y ahora los entregaba cual palo de aguacate sacudiéndose los ishtultes, los tetelques, como si supiera que no le sirven.

  • Ay Foncho, se los encomiendo, un día la Divina Providencia le va a pagar.

  • Ajá. …fue la respuesta del baboso.

La niña le dio una de las bolsas a su hermanito y tomó la de ella. Dirigió una mirada a la abuela, ésta la contraminó con sus pellejudos brazos y su pecho.

  • Vámonos Moncho, exclamó la Lupe. Como queriendo disimular frente al pequeño el dolor de partir.

El niño no entendía lo que pasaba, pero si sabía que era un viaje largo, por las bolsas llenas de chunches que iban a cargar, no recuerda la última vez que salieron lejos; no era época de fiestas patronales que era cuando la nana Tey acostumbraba sacarlos a ver las entradas, llenaban unas matatas de guayabas, guamas, mangos, aguacates y un par de tortillas y se iban pa’l pueblo, allá se estaban en medio de aquella algarabía, entre ruedas, los viejos, los cuetes de vara, el torito pinto; mientras la abuela se ‘chaba sobre la alfombra de tempisque en el atrio de la iglesia, los hermanitos corrían entremedio’e la gente alborotados, jugando la lleva; esa si era vida, que forma de divertirse; no había dinero para involucrarse gastando o consumiendo en aquella feria, pero eso los hacía felices. Solo hasta que el bullicio iba mermando, cuando el gentíyo se iba esparciendo de regreso a sus casas, los dos hermanitos recogían dulces que algún imprudente había dejado caer y recorrían los comedores aledaños en busca de culitos de gasiosa para refrescarse la garganta, solo hasta entonces emprendían el regreso a su ranchito.

Monchito se dejó abrazar por la abuela.

Cuando estaban por cruzar bajo la ramada de güisquil, la niña se dio la vuelta y corrió a refugiarse donde su abuela, no pudo disimular, se escondió bajo el ronroneo del pecho de la viejecita.

  • No queremos irnos con él nana, déjenos aquí con usté…por más que quiso bajar el tono de su voz, era un grito desesperado, se aferraba a su abuela, su nana.

  • Ay mi’jita linda, vaya con su tata, él los va a cuidar y cuide a su hermanito, arrópelo bien por las noches, no vaya a ser que le dé un aire encontrado, y pídale a Tata Chus que los acompañe. Vaya con Dios mamita.

Cuando estaban por llegar al portillo para tomar el camino al pueblo, Moncho intentó soltarse de la mano de su hermana, ésta de un solo tirón lo hizo que recobrara el paso.

  • Olvidé mi chibola pulzuda, quiero mi chibola pulzuda,…¡¡¡¡ gritaba Moncho.

Pero ya estaban lejos y aún lejos, se oía el lamento de aquél niño por su juguete preferido. Ambos partieron con aquél desconocido, dejando atrás ochenta años que cargaba la nana Tey y toda una infancia llena de colorido y pureza.

Mientras tanto, la nana Tey se llevó el mandil al rostro, una y otra vez.

Las guacalchías, los pijuyos y los zanates descansan ahora, ya no hay quien les vuele la chontoca a puros hondillazos. Los girasoles y la flor de medio día se multiplican ahora de forma silvestre, ya nadie viene por ellos a cortarlos pa’dornar el altar de la virgencita, como acostumbraba Maria Guadalupe.


Destacados
Posts
Sígueme
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic
bottom of page